30 de julio de 2015

Viaje a Itaca

Ulises, atado al mástil, escucha el canto de las sirenas.
Cuando emprendas tu viaje a Itaca 
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.            
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.

Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.

Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.

Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.

Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya que significan las Itacas.
(C. P. Cavafis. Antología poética. )

Mientras vivimos nos ocurren cosas, interactuamos con otros que en principio nos da la impresión de que nos ayudan, o por contra, nos ponen trabas en nuestro viaje... Cuando en realidad, el mejor y peor amigo puede ser uno mismo. Aunque aún no conseguimos eso que creíamos que iba a suceder (Itaca), la aventura será más enriquecedora si observamos las cosas (circunstancias, emociones, relaciones, etc...) con serenidad. Con esta actitud aprendemos de nosotros mismos, de nuestras experiencias, aprendemos a tomar decisiones respecto a nuestra vida de las que no nos arrepentiremos... Y hasta es posible, mientras viajamos hacia nuestra "isla", que nos demos cuenta de cosas que antes se nos pasaban por alto.

P.D. Mucho se puede sacar de este sabio poema... Espero que lo leáis con mucha serenidad y saquéis mucho de él ;)

21 de junio de 2015

La ambición

Las personas que normalmente son etiquetadas como idealistas y soñadoras, esas que no encajan en ciertos sistemas establecidos y por tanto, les gustaría que cambiase o que al menos fuera más armónico. Son personas que están a salvo de muchas ambiciones.

La definición de ambición tal y como aparece en la RAE: Deseo ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama. Os sonará a que está muy establecido en el sistema de nuestra vida cotidiana...
Y precisamente las personas que tienen ese deseo ardiente son las que tachan de idealistas, soñadoras, e incluso de utópicas, a las que "huyen" de esa manía de acumular.

Creo que ser ambicioso no tiene por que ser negativo para uno mismo, pero si se corre el riesgo de que se "acople" el egoísmo... ese que hace que no miremos más allá de nuestro ombligo y que para alcanzar nuestros objetivos, necesitemos someter a algún que otro semejante.
Los que están a salvo de muchas ambiciones se encuentran más cerca del verdadero bienestar, ya que les basta con contemplar un amanecer, o disfrutar observando la lenta caída de las hojas de los árboles, para simple y llanamente, emocionarse.



20 de junio de 2015

Algo que celebrar. Entrevista a Lola Mayenco

Todos sabemos que uno de los secretos de la felicidad es detenernos a apreciar las grandes y pequeñas maravillas de la vida cotidiana. Sin embargo, es difícil mirar nuestro día a día con ojos maravillados.
La rutina nos invade en cuanto nos despistamos y nuestros gestos se vuelven automáticos.
En la siguiente entrevista realizada y publicada en elcorreodelsol.com a Lola  Mayenco autora del libro "algo que celebrar", nos cuenta los "secretos" que ella a aprendido y recuperado de distintas culturas y tradiciones.
Un poco larga, pero merece la pena leerla ;)

Llevas muchos años trabajando en las bambalinas del mundo editorial, pero Algo que celebrar es tu primer libro como autora. ¿Qué te ha llevado a escribirlo? 

Mi viaje literario parte de una viaje físico que inicié hace ahora diez años. Por aquel entonces me hice una pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez: ¿qué puedo hacer para disfrutar más de la vida? Y la primera respuesta que me vino a la mente fue que debía hacer más cosas extraordinarias, de modo que lo dejé todo y me planté con mi marido en Buenos Aires. Allí conseguimos un velero muy pequeño que preparamos a conciencia para poder vivir y viajar en él durante todo un año. Queríamos recorrer tranquilamente la costa brasileña, porque sabíamos que, si lo haciamos, teníamos muchas posibilidades de vivir momentos fantásticos.

¿Y así fue? 

Efectivamente. En la bahía de Ilha Grande pesqué atunes gigantes... y deliciosos, vi bailar a los delfines en el archipiélago de Fernando de Noronha y en las islas de Abrolhos escuché por primera vez el canto de las ballenas. Y en un punto aún más remoto, a dos días de navegación de Natal, visité el paraíso: el Atol das Rocas, el único atolón del Atlántico y un auténtico paraíso. Un islote completamente virgen en el que únicamente se puede desembarcar con un permiso especial, porque es reserva de la biosfera, y en el que, desde hace años, sólo vive una bióloga tan celosa de su preservación que, cuando come atún, es de lata. Y lava los platos con arena para no contaminar con jabón ni una gota de agua.

Sin embargo, en la introducción de Algo que celebrar cuentas que una noche en que estabas tumbada en cubierta mirando las estrellas te inundó una sensación extraña.

Sí. Mientras navegábamos cerca de la desembocadura del Amazonas empecé a sentir unas punzadas de tristeza que me desconcertaron porque era  una noche especialmente bella. El cielo estaba totalmente despejado y la luna, llena, iluminaba tanto el mar que parecía de día. La brisa era suave, pero aún así el barco avanzaba, dejando tras de sí una estela de resplandecientes noctilucas. Lo que estaba viviendo no podía ser más mágico, pero entonces, ¿qué me pasaba? ¿por qué me sentía tan triste? En ese instante entendí que por mucho que mi vida estuviera repleta de placeres inmensos, estos perdían intensidad si no podía compartirlos, y yo ya llevaba algún tiempo añorando a mi familia y a mis amigos. Pero también me di cuenta de algo que me dejó asombraba:  echaba muchísimo de menos pequeñas cosas  de mi anterior día a día que siempre había dado por supuestas antes de marcharme a hacer realidad mi soñado año sabático.

¿Cómo qué, por ejemplo?

Pues detalles aparentemente insignificantes, como despertarme cada mañana con los cánticos de los pajaritos, preparme una infusión en mi taza preferida, hornear un bizcocho en mi cocina, desayunar con mis amigas o charlar una hora por teléfono con mi tía. La tristeza que me asaltó en esos momentos me ayudó a entender que, para alcanzar la felicidad, no hace falta marcharse al otro lado del mundo ni hacer nada fuera de lo común. Al contrario: a menudo la felicidad se encuentra en los placeres más minúsculos, las actividades más comunes, los gestos más ordinarios. Esa noche entendí que debía dejar de buscar la felicidad en lo extraordinario, y aprender a mirar con ojos maravillados los detalles que enriquecen nuestra existencia a diario.

Mirar nuestro día a día “con ojos maravillados” es fácil de decir, pero difícil de hacer. Todos sabemos que la rutina hace estragos y que muchas de nuestras acciones son automáticas. ¿Cómo consigues tú que no se te escape la belleza en lo cotidiano?

Mi antídoto contra la ceguera es recuperar el arte de celebrar, una estrategia que los seres humanos siempre hemos utilizado para devolver periódicamente a la vida toda su intensidad y que, sin embargo, en la actualidad muchos vivimos en su versión más repetitiva y superficial. Lo cual me parece que es una lástima, ya que las fiestas y los rituales logran que incluyamos en nuestra ocupadísima agenda momentos para disfrutar de placeres que el resto del tiempo damos por sentado e impiden que cantidad de prodigios se nos escurran como arena entre los dedos.

¿En qué consiste ese “arte de celebrar”? Porque me imagino que no te refieres a organizar grandes banquetes, comprar ropa nueva y entregar regalos caros.

No, eso es importante aclararlo. Desde mi punto de vista, el arte de celebrar y el arte de apreciar es lo mismo y, de hecho, celebrar y apreciar son dos palabras que utilizo como sinónimas a lo largo de todo el libro. Para mí, celebrar es prestar atención a alguien o a algo; es dejar de caminar por la calle como sonámbulos o, peor aún, como zombies, y tratar de percibir las pequeñas cosas que nos rodean y que, en el fondo, son tan grandes. Cuando lo hacemos, cuando nos decidimos a abrir los ojos y a ir por la vida con los ojos bien abiertos, nos damos cuenta de que estamos rodeados de milagros increíbles que no habíamos percibido hasta el momento.

¿Quiénes son tus maestros a la hora de prestar atención?

Primero los niños, por supuesto. Cuando salgo a la calle a hacer cualquier cosa con mis hijos me doy cuenta de hasta qué punto los niños prestan atención a las maravillas que nos rodean. Todo lo ven, todo lo disfrutan: por muy pequeño que sea. Mi hijo de cuatro años, por ejemplo, ahora mismo está totalmente fascinado por las piedras y siempre vuelve a casa con los bolsillos llenos de ellas, las coloca en una estantería junto al resto de su colección y sólo entonces me las enseña. Mi hijo mayor, sin embargo, parece que tenga un detector de plantas y animales, ya que encuentra insectos y flores donde yo sólo veo cemento.

Pero los animales también me sorprenden con su capacidad de estar alerta y disfrutar de lo más mínimo. “Manchitas”, por ejemplo, es un perro callejero que cuida mi madre y es increíble lo que agradece los gestos de cariño más insignificantes. Y la gata de unos amigos tiene un oído tan fino que se despierta cuando alguien llega a casa aunque esté profundamente dormida y se acerca a la cocina en cuanto su dueña abre la puerta del armario en el que guarda su paquete de comida.

En el libro también parece que te inspiren mucho los científicos.

Es cierto. Mis terceros maestros en el arte de prestar atención son los científicos, ya que parecen no haber perdido la curiosidad y la capacidad para percibir los detalles de las cosas que todos hemos tenido de niños. Bernie Krause, por ejemplo, es un naturalista estadounidense que ha dedicado cincuenta años de su vida a pasear por espacios naturales de todo el mundo para grabar toda la gama de sonidos que emiten los animales, y Charles Darwin me fascina por su poder de observación, que fue aplicando a lo largo de su vida a elementos naturales tan distintos como los escarabajos, los minerales o las orquídeas. De hecho, me parece muy inspirador que el último trabajo que publicó reuniese sus conclusiones acerca de las lombrices, uno de los animales preferidos del científico por su papel esencial para la salud de los suelos. Cuando me imagino a Darwin ya anciano cavando en su jardín y observando los hábitos de las lombrices arrodillado en el barro, me doy cuenta de que a las personas curiosas no les afectan los años.

¿Y qué me dices de los artistas? Está claro que ellos también ven cosas que la mayoría de nosotros no vemos.

Efectivamente, los artistas tienen una habilidad especial a la hora de maravillarse ante lo cotidiano y vivir con todos los sentidos bien alerta;  por ese motivo,  en Algo que celebrar hablo mucho de algunos de ellos. De Andy Goldsworthy me inspira su interés por prestar atención al paso del tiempo y por su forma de hacerlo visible, por ejemplo, construyendo esculturas de piedras a la orilla del mar para que desaparecen y aparezcan según el ir y venir de las mareas. Otra de las personas que me fascinan es Georgia O’Keeffe, una pintora que con sus cuadros de flores gigantescas logró que el resto del mundo nos parásemos a admirar de verdad la belleza de algo tan bonito para ella. O Pina Bausch, la legendaria coreógrafa alemana que nos recordó el profundo gozo de mover libremente el cuerpo.

¿Crees entonces que saber mirar es una cualidad innata o una habilidad que podemos cultivar? 

Las dos cosas. Creo que de niños tenemos la sensibilidad muy desarrollada y disfrutamos muchísimo observándolo todo, escuchando, tocando, oliendo, moviéndonos. Desgraciadamente, poco a poco, a medida que vamos conociendo mejor el mundo, solemos acostumbrarnos a él y lo dejamos no sólo de mirar, sino de admirar, algo que nos puede acarrear mucha infelicidad. Por suerte, prestar atención, apreciar, es una capacidad que se puede recuperar, y por eso, precisamente, he escrito Algo que celebrar: para llamar la atención sobre cantidad de aspectos fundamentales de la vida que muchos de nosotros ya no percibimos y que, sin embargo, son esenciales para que disfrutemos del camino.

¿Ves algún peligro o dificultad a la hora descuidar nuestra capacidad de apreciar?

Sí, las nuevas tecnologías, por supuesto. Tanto en casa como fuera de casa, tener la mirada clavada en las pantallas todo el rato hace que no podamos prestar atención a nada más y nos perdamos buena parte de las maravillas que nos rodean. Por eso me parece fundamental reservarnos momentos durante el día para desconectarnos del mundo digital y conectarnos de verdad con el mundo real. O hacer como los judíos y dedicar un día a la semana para centrarnos en cuidar nuestra necesidad de vivir plenamente y sin distracciones el presente.

¿Puedes poner un ejemplo sobre cómo las fiestas tradicionales logran colar en nuestra agenda la necesidad de prestar atención a algún aspecto fundamental de la vida que, sin esa fiesta, correría el riesgo de que se nos pasara por alto? 

No hace falta ir muy lejos, lo hemos vivido hace unos días. Como todos sabemos, en algún momento entre el 6 de diciembre y el 6 de enero, muchos niños del mundo reciben la visita de un ser misterioso que les entrega algún que otro regalo, da igual que se llamen San Nicolás, Papá Noel, Santa Claus, la Bruja Befana o nuestros famosos Reyes Magos. Pero, si nos fijamos bien, nos daremos cuenta de que estos personajes no sólo traen detalles empaquetados: su visita anual nos recuerda que la generosidad existe, que podemos estar seguros de algo, y que somos amados. Y es que, pase lo que pase, nunca faltan; por pobres que estén, siempre encuentran algo que darnos; y nos demuestran su amor, aunque no los veamos. A un nivel más personal, me encanta que estos seres nos den la oportunidad de explorar los mundos de fantasía que todos tenemos en nuestro interior, más o menos olvidados. Puntualmente, durante unos días, grandes y pequeños dejamos de lado la lógica y la razón, y permitimos que nuestra mente recorra los caminos infinitos de la imaginación. Gracias a ellos, todo es posible, todo es mágico. Y es que lo importante no son los regalos, sino la historia con que los embalamos.

Muchas celebraciones tradicionales vienen marcadas por los calendarios religiosos, ¿se pueden disfrutar igualmente aunque no se posea un sentimiento religioso?

Desde luego. A lo largo de todo el proceso de escritura de este libro, me impresionó mucho darme cuenta de hasta qué punto, en todo el mundo, los aspectos que celebran tanto las comunidades como los individuos son, fundamentalmente, los mismos: cambian las formas, pero todos compartimos los mismos motivos a la hora de apreciar y agradecer el regalo de estar vivos. Por eso me parece que percibir la belleza y la sabiduría de las tradiciones espirituales nos puede enriquecer siempre. Aunque no seamos creyentes, podemos encontrar en diferentes rituales religiosos la inspiración que necesitamos a la hora de crear prácticas y rituales para prestar atención acordes con nuestros propios pensamientos y valores.

¿En qué celebraciones encuentras una relación con el cuidado de la salud? ¿Qué fiestas y rituales practicas para cuidarte, si es el caso?

En la mayoría de las culturas del mundo, disfrutar de un cuerpo sano es una bendición, pero no un milagro, y, por eso, se promueve su cuidado mediante pequeños rituales diarios, y no en grandes eventos extraordinarios. Es lo que ocurre en los países musulmanes, donde se cree que exfoliarse y bañarse en el hamam es imprescindible para mantener la pureza física y espiritual. También en la India, donde los masajes aromatizados con esencias de hierbas son empleados habitualmente para estimular la fortaleza vital. O en China, donde millones de personas se dirigen a las plazas para activar el cuerpo en su clase de tai-chi en cuanto el sol despunta por la mañana.

La alimentación y el ayuno son otras estrategias para cuidar la salud que se emplean tradicionalmente, ya que son muchos los pueblos que prestan atención a lo que comen, y a lo que no comen, de forma cotidiana. Aunque mi favorita, no obstante, es dormir. Todos sabemos lo importante que es descansar bien para gozar de una buena salud física y emocional, además de sus efectos en temas de rendimiento intelectual. Por eso, cada noche, me preparo para ir a dormir disminuyendo las luces de la casa y realizando actividades que me tranquilizan, como leer, escuchar música o dar un paseo.

¿Qué próxima celebración vas a vivir con intensidad?

Una de mis favoritas está al caer, así que podemos hablar de ella. Como todos sabemos, cada año, el día de San Valentín es celebrado internacionalmente como una fiesta en la que se conmemora el amor de pareja. Sin embargo, en algunos lugares del planeta, el 14 de febrero permite ir más allá del amor romántico. Así es en Estonia, donde la fiesta de Sõbrapäev se vive como una oportunidad para homenajear a los amigos, y en algunos países de Sudamérica, donde el Día del Amor y la Amistad se centra en fortalecer los vínculos con todas las personas que nos enriquecen la vida, desde los padres hasta los vecinos.

Pero es en Finlandia donde la fiesta de San Valentín sirve para celebrar el amor en un sentido más amplio, puesto que también permite cultivar el afecto hacia los desconocidos. Allí, la celebración se llama Ystävänpäivä y se vive como una oportunidad para reflexionar sobre la importancia de cuidar las relaciones personales y demostrar afecto a quienes más lo necesitan. En un país en el que la soledad es un problema grave que afecta a personas de todas las edades y de contextos económicos y culturales muy variados, la Cruz Roja y otras organizaciones aprovechan Ystävänpäivä para recordar a los finlandeses que cada vez más gente no tiene a nadie a quien amar. Y es impresionante la cantidad de personas que se dan cuenta ese día de la satisfacción inmensa que supone  ayudar al prójimo y acaban comprometiéndose con un proyecto solidario a largo plazo.

Tu vida cotidiana, por lo que escribes en tu blog y en tu libro, parece ser perfecta, ¿dónde están los platos sucios?

Por todos sitios, sólo que he decidido mirar durante más tiempo a los que están limpios. Lo he aprendido de mi padre, un optimista radical donde los haya, pero también de gente como Bill Cunningham, el mítico fotógrafo de moda del New York Times que sigue, a día de hoy y con 84 años, todavía en activo. Bill Cunningham cree que «quien busca la belleza la encuentra» y yo estoy completamente de acuerdo. Por eso trato de no focalizarme demasiado en lo que es feo, malo o sucio: prefiero prestar atención a lo que es bonito.

Una curiosidad más: me ha llamado mucho la atención que hables tanto de pájaros en tu libro. Aparecen incluso en la portada. ¿Por qué es eso?

Cuando estaba investigando sobre los aspectos concretos de la vida que hacen más felices a las personas, me sorprendió descubrir que los cánticos de los pájaros están en los puestos más altos de las listas que hacen los científicos de todo el mundo. Comprendí que el amor por los pájaros une a las personas más allá de sus diferencias  y ponerlos en la portada me pareció una bonita manera de recordar la idea central del libro: la felicidad está en saber apreciar la grandeza de las cosas más pequeñas.



12 de junio de 2015

Identificar lo que primero hay que sanar

En varias ocasiones he leído y escuchado a través de distintas fuentes espirituales, que una de las funciones que tenemos aquí, en esta vida, es la de sanar nuestra esencia, consciencia o alma. La que (resumiendo) a través de multitud de reencarnaciones, ha estado más cerca del miedo que del amor.

Esto leído así, hecha pa' tras a la mayoría de las mentes racionales y más aún si nos "bombardean" con textos larguísimos o con charlas que de entre lo poco que se saca en claro, es de lo lúcido, o de lo loco que está el confereciante. Ya que normalmente estos temas no se pueden demostrar de manera empírica... Quizá solo los que sean capaces de llegar a determinados estados alterados de consciencia se lo pueden llegar a demostrar a si mismos.

Para sanar nuestra psique (como lo denominaba Jung), creo que no es necesario "perderse" por lugares que todavía no nos corresponde descubrir.
Sin embargo, si podemos descubrir algún que otro vicio adquirido y heredado...
Seguro que muchos ya lo habéis descubierto cuando llegó el día en el que os reflejasteis en un espejo y visteis, además de vuestro físico, el de vuestro padre o madre.
Si, ese momento en el que exclamas: Joder!! me parezco a mi padre!... Y a partir de ahí, aparte de que sientes que ya te estás haciendo mayor, la herencia genética se encarga de que; la manera de hablar, la forma de ser y algún que otro vicio que detestabas de tu progenitor, se manifieste en ti.

Sanar esa información genética que nuestros antepasados nos van trasmitiendo, es menos mágico que sanar nuestro registro kármico. Pero creo que en esta realidad es más coherente sanar esos miedos, vergüenzas, vicios, etc... Lo cual no sé si será una de nuestras funciones, pero si sé que se liberan muchas "sombras".


26 de mayo de 2015

Vientos de cambio III

Unos con miedo, otros con esperanza...
Unos acomodados, otros luchando...

A grandes rasgos, la entrada de los nuevos partidos políticos emergentes en los parlamentos autonómicos y locales de nuestro País está generando en muchos, grandes dudas sobre el futuro bienestar de los ciudadanos en nuestra Nación.

El "patrón" por el cual se ha ido guiando la democracia desde que tengo uso de razón, me da la sensación de que se está quedando viejo, o mejor dicho, obsoleto... pasado de moda. Y no es una crítica, repito, es una sensación.

Nadie puede asegurar que el nuevo "patrón" que a partir de ahora parece que va a regir en nuestra democracia, se va a ajustar a los "trajes" de la gran mayoría de los ciudadanos. Pero si podemos confiar en que, al menos, se ajuste (sea justo) a la mayoría.

El tiempo nos dirá, si estos nuevos vientos que soplan son los tan esperados vientos de cambio... para los que no tienen miedo y no están acomodados, claro.




16 de mayo de 2015

Una enseñanza acelerada


Matajuro Yagyu, hijo de un célebre maestro del sable, fue renegado por su padre quien creía que el trabajo de su hijo era demasiado mediocre para poder hacer de él un maestro. Matajuro, que a pesar de todo había decidido convertirse en Maestro de sable, partió hacia el Monte Futara para encontrar al célebre maestro Banzo. Pero Banzo confirmó el juicio de su padre:

- No reunes las condiciones.

- ¿Cuántos años me costará llegar a ser Maestro si trabajo duro? - insistió el joven.

- El resto de tu vida - respondió Banzo.

- No puedo esperar tanto tiempo. Estoy dispuesto a soportarlo todo para seguir su enseñanza. ¿Cuánto tiempo me llevará si trabajo como servidor suyo en cuerpo y alma?

- ¡Oh, tal vez diez años!

- Pero usted sabe que mi padre se está haciendo viejo, pronto tendré que cuidar de él. ¿Cuántos años hay que contar si trabajo más intensamente?

- ¡Oh, tal vez treinta años!

- ¡Usted se burla de mí. Antes eran diez, ahora treinta!. Créame, haré todo lo que haya que hacer para dominar este arte en el menor tiempo posible.

- ¡Bien, en ese caso, se tendrá que quedar usted sesenta años conmigo! Un hombre que quiere obtener resultados tan deprisa no avanzará rápidamente - explicó Banzo.

- Muy bien _declaró Matajuro, comprendiendo por fin que le reprochaba su impaciencia_ acepto ser su servidor.

El maestro le pidió a Matajuro que no hablara más de esgrima, ni que tocara un sable, sino que lo sirviera, le preparara la comida, le arreglara su habitación, que se ocupara del jardín, y todo esto sin decir una palabra sobre el sable. Ni siquiera estaba autorizado a observar el entrenamiento de los demás alumnos.

Pasaron tres años. Matajuro trabajaba aún. A menudo pensaba en su triste suerte, él, que aún no había tenido la posibilidad de estudiar el arte al que había decidido consagrar su vida.

Sin embargo, un día, cuando hacía las faenas de la casa, rumiando sus tristes pensamientos, Banzo se deslizó detrás de él en silencio y le dio un terrible bastonazo con el sable de madera (boken). Al día siguiente, cuando Matajuro preparaba el arroz, el Maestro le atacó de nuevo de una manera completamente inesperada. A partir de ese día, Matajuro tuvo que defenderse, día y noche, contra los ataques por sorpresa de Banzo.

Debía estar en guardia a cada instante, siempre plenamente despierto para no probar el sable del maestro. Aprendió tan rápidamente que su concentración, su rapidez y una especie de sexto sentido, le permitieron muy pronto evitar los ataques de Banzo.
El maestro le anunció que ya no tenía nada más que enseñarle.

Autor: Anónimo
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Este relato, aplicado a la vida contemporánea, me lleva a la reflexión de que; a pesar de los "sinsabores" que podemos experimentar en nuestra vida cotidiana y en ocasiones, incluso sentirla como una losa pegada a nuestra espalda. Si somos capaces de encontrar y mantener un propósito... sea cual sea, (desde proponerte cuidar de ti y/o de alguien, hasta proponerte alcanzar ese objetivo o meta) que nos haga "luchar" por él, iremos poco a poco apreciando la gran variedad de sabores que nos brinda la vida, y cuando aparezca la losa, la sentiremos más liviana, o sea, seremos capaces de soportarla.
Y si a lo anterior le añadimos y aplicamos la famosa coherencia: "que lo que pienses, coincida con lo que sientes y dices"... Es posible que, como le ocurrió al protagonista del cuento, se llegue a desarrollar o ampliar ese sexto sentido que, entre otras cosas, nos lleve a disfrutar de cada instante.

13 de mayo de 2015

La religión del capital

Anna Parini
Nuestro estilo de vida gira en torno al consumo materialista. La posesión de ciertos bienes materiales sigue siendo considerada como un signo de estatus dentro de un determinado grupo social. Como consecuencia de esta propaganda consumista, muchos siguen creyendo que la identidad se define en función de la calidad y la cantidad de las posesiones. Sin embargo, parece que nunca tenemos suficiente; esencialmente porque a menudo nos comparamos con quienes están un peldaño por encima.

La gran mentira contemporánea es que el bienestar, la riqueza, la plenitud y la abundancia están fuera de nosotros mismos. Así es como nos vamos desconectando de nuestro ser, el único lugar donde reside la verdadera felicidad. Eso sí, para que nos la sigamos creyendo, las corporaciones invierten a nivel mundial unos 400.000 millones de euros al año en meticulosas campañas de publicidad. De esta manera ha sido posible el florecimiento del sistema capitalista. Más que nada porque para que el crecimiento económico siga expandiéndose, debemos seguir deseando más de lo que tenemos. De ahí que sea fundamental que como individuos nos sintamos permanentemente insatisfechos.

En este escenario de confusión colectiva, es importante señalar que el consumo material ha mejorado notablemente ciertos aspectos de nuestra vida, proporcionándonos grandes dosis de placer, entretenimiento y comodidad. Y no solo eso. Por más que las empresas intenten manipularnos para vendernos lo que sea, en última instancia nadie apunta con una pistola para que terminemos comprando sus productos y servicios. El hecho de que consumamos mucho más de lo que necesitamos pone de manifiesto nuestro vacío existencial.

Irónicamente, la opulencia se ha convertido en una enfermedad contemporánea, como muestran los constantes escándalos de corrupción. Y es que cuanto mayor es la desconexión de nuestro ser, mayor es también la sensación de carencia, escasez, pobreza e incluso miseria. De ahí que crezca, a su vez, la necesidad de seguir acumulando dinero: sin duda alguna, la religión con más fieles y seguidores.

Muchos tenemos una fe ciega en que estos papeles con números y sellos oficiales van a proporcionarnos la felicidad, la seguridad y el valor que no encontramos en nuestro interior. Tanto es así, que la mayoría de las decisiones que tomamos están orientadas a maximizar ingresos y a minimizar gastos, poniendo de manifiesto lo arraigadas que están la codicia y la avaricia en nuestra sociedad.

Tal como describe T. Harv Eker en su libro Los secretos de la mente millonaria (editorial Sirio), cada uno de nosotros ha recibido como herencia un patrón financiero. Es decir, un modo de pensar acerca del dinero, que condiciona inconscientemente nuestras decisiones y nuestros comportamientos relacionados con el trabajo y el consumo. Este patrón financiero comenzó a programarse en nuestro subconsciente desde nuestra infancia. Y está compuesto por mitos, estereotipos, asunciones y prejuicios acerca del dinero, muchos de los cuales son irracionales y falsos.

Según cuáles hayan sido nuestros referentes familiares y culturales, muchos de nosotros estamos programados para gastar más dinero del que ganamos. O, por el contrario, para ahorrar y almacenar todo lo que podamos. En paralelo, la mayoría comparte algunas ideas comunes. Por eso solemos considerar que “el dinero corrompe”, pues es “la raíz de todos los males”. O que “los ricos son malvados y mezquinos”.

Sin embargo, el dinero no es bueno ni malo. Más bien es un medio de intercambio neutro. Curiosamente, cuanto más aumentan nuestros ingresos, más lo hacen nuestros gastos. Además, está comprobado que cuando nuestro poder adquisitivo se incrementa significativamente, enseguida nos acostumbramos a nuestra nueva posición social y económica. Y al cabo de poco tiempo, comenzamos a desear más de lo que tenemos. Cuando ganamos 1.000 euros al mes, nos gustaría cobrar 500 euros más. Y al conseguir los 1.500 euros mensuales, empezamos a desear 2.000 euros. Luego 2.500 euros…

Tarde o temprano, llega un momento en que el dinero se convierte en una serie de números proyectados en la pantalla de un ordenador. Y superada una cierta cantidad, el deseo se vuelve más feroz. Al acumular 5.000 euros en la cuenta corriente, el siguiente objetivo se centra en alcanzar 10.000 euros. Y una vez logramos esta cifra, aspiramos a llegar a los 50.000 euros. Y así, ad infinitum. Para salir de ese círculo vicioso, el primer paso consiste en ver el dinero como lo que es, dejando de proyectar en él lo que nos gustaría que fuese.

Autor: Borja Villaseca - Parte del artículo publicado en el país semanal.