14 de agosto de 2015

Transcender al síndrome de Solomon y a la envidia

Se dice que padecemos el síndrome de Solomon cuando tomamos decisiones o adoptamos comportamientos para evitar sobresalir, destacar o brillar en un grupo social determinado. Y también cuando nos boicoteamos para no salir del camino trillado por el que transita la mayoría.
De forma inconsciente, muchos tememos llamar la atención en exceso, e incluso triunfar, por miedo a que nuestras virtudes y nuestros logros ofendan a los demás. Esta es la razón por la que en general sentimos un pánico atroz a hablar en público. No en vano, por unos instantes nos convertimos en el centro de atención. Y al exponernos abiertamente, quedamos a merced de lo que la gente pueda pensar de nosotros, dejándonos en una posición de vulnerabilidad.

El síndrome de Solomon pone de manifiesto el lado oscuro de nuestra condición humana. Por una parte, revela nuestra falta de autoestima y de confianza en nosotros mismos, creyendo que nuestro valor como personas depende de lo mucho o lo poco que la gente nos valore. Y por otra, constata una verdad incómoda: que seguimos formando parte de una sociedad en la que se tiende a condenar el talento y el éxito ajenos. Aunque nadie hable de ello, en un plano más profundo está mal visto que nos vayan bien las cosas. Y más ahora, en plena crisis económica, con la precaria situación que padecen millones de ciudadanos.

Detrás de este tipo de conductas se esconde un virus tan escurridizo como letal, que no solo nos enferma, sino que paraliza el progreso de la sociedad: la envidia. La Real Academia Española define esta emoción como "deseo de algo que no se posee", lo que provoca "tristeza o desdicha al observar el bien ajeno". La envidia surge cuando nos comparamos con otra persona y concluimos que tiene algo que nosotros anhelamos. Es decir, que nos lleva a poner el foco en nuestras carencias, las cuales se acentúan en la medida en que pensamos en ellas. Así es como se crea el complejo de inferioridad; de pronto sentimos que somos menos porque otros tienen más.

Bajo el embrujo de la envidia somos incapaces de alegrarnos de las alegrías ajenas. De forma casi inevitable, estas actúan como un espejo donde solemos ver reflejadas nuestras propias frustraciones. Sin embargo, reconocer nuestro complejo de inferioridad es tan doloroso, que necesitamos canalizar nuestra insatisfacción juzgando a la persona que ha conseguido eso que envidiamos. Solo hace falta un poco de imaginación para encontrar motivos para criticar a alguien.

El primer paso para superar el complejo de Solomon consiste en comprender la futilidad de perturbarnos por lo que opine la gente de nosotros. Si lo pensamos detenidamente, tememos destacar por miedo a lo que ciertas personas –movidas por la desazón que les genera su complejo de inferioridad– puedan decir de nosotros para compensar sus carencias y sentirse mejor consigo mismas.

¿Y qué hay de la envidia? ¿Cómo se trasciende? Muy simple: dejando de demonizar el éxito ajeno para comenzar a admirar y aprender de las cualidades y las fortalezas que han permitido a otros alcanzar sus sueños. Si bien lo que codiciamos nos destruye, lo que admiramos nos construye. Esencialmente porque aquello que admiramos en los demás empezamos a cultivarlo en nuestro interior. Por ello, la envidia es un maestro que nos revela los dones y talentos innatos que todavía tenemos por desarrollar. En vez de luchar contra lo externo, utilicémosla para construirnos por dentro. Y en el momento en que superemos colectivamente el complejo de Solomon, posibilitaremos que cada uno aporte (de forma individual) lo mejor de sí mismo a la sociedad.

Autor: Borja villaseca

12 de agosto de 2015

Frases de un despierto

En momentos de confusión y pérdida de referentes. Esos que cuando nos ocurre algo "malo" no tenemos donde agarrarnos y por tanto, alargamos nuestro malestar. En mi opinión, no viene mal conocer algunas sabias frases de "El despierto" (más conocido como Buda), que en base a su conocimiento y experiencias nos legó.
A modo de decálogo muestro la exquisitez de su sabio conocimiento:

. El dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional.

. Todo lo que somos es fruto de lo que pensamos.

. La verdad es aquello que produce resultados.

. La enseñanza es como una balsa. Sirve para hacer una travesía pero no hay que atarse a ella.

. Todos los estados mentales perjudiciales tienen sus raíces en la ignorancia y convergen en la ignorancia. Al abolir la ignorancia, todos los demás estados perjudiciales serán también abolidos.

. Así como una sólida roca no se mueve con el viento, así el sabio permanece imperturbable ante la calumnia y el halago.

. Conquista al hombre airado mediante el amor; conquista al hombre de mala voluntad mediante la bondad; conquista al avaro mediante la generosidad; conquista al mentiroso mediante la verdad.

. Hay un apego sumamente peligroso: el apego a las opiniones.

. El pasado es un sueño. El futuro un espejismo. El presente una nube que pasa.

. No hay otra felicidad que la paz interior.


"Piedras caballeras" Sierra de la Pedriza (Madrid)

8 de agosto de 2015

La creación de las Perlas. Cuento

Un maestro le explicaba a su alumno más aplicado cuál es el origen de las perlas:

_"Son uno de los objetos más bellos de la naturaleza pero, paradójicamente, son fruto del dolor, de la herida causada en su interior por la entrada de una sustancia extraña. Solo hace falta que un diminuto grano de arena se introduzca en la concha para que las células del nácar que las recubre por dentro comiencen a hacer su lento trabajo cubriendo, capa tras capa, el cuerpo invasor para proteger la parte indefensa de la ostra. El resultado de esa “herida cicatrizada” será la perla"._

_"A los humanos nos sucede algo muy parecido"_ continuó el profesor ante la cara de extrañeza de su alumno. _"Hay gente que puede decirnos palabras ofensivas. En otras ocasiones, nos acusarán de haber dicho cosas que jamás salieron de nuestra boca. Incluso podemos ser objeto de otra forma de rechazo, la indiferencia. Todo eso son heridas que nos producirán mucho dolor"._

_"¿Y qué debemos hacer nosotros para protegernos?"_, le preguntó el muchacho.
A lo que el sabio maestro respondió:
_"Lo que debes hacer es fabricar tu propia perla. Cubriendo cada una de tus heridas de amor, perdonando y comprendiendo, transformarás ese dolor en algo muy valioso".
Autor: Anónimo


7 de agosto de 2015

El "juego" del ego

Muchos de nosotros vivimos con la certeza de, en lo que a relaciones se refiere, unos nos dan y otros nos quitan. O sea que unos nos mantienen o proporcionan bienestar y otros todo lo contrario; nos lo arrebatan con su forma de ser, de hablar, de gritar...
Y con esta certeza nada podrá cambiar la manera de ver la realidad de quienes así la ven.

Sin embargo, la manera de ver esa "realidad" la podemos cambiar si somos conscientes de que todos los demás seres (incluidos los animales y las plantas) siempre tienen algo que aportar.
Con los animales y las plantas es fácil relacionarse, ya que estos carecen de cuerdas vocales.
Pero a lo que voy es a las relaciones entre personas, ya que estas son las encargadas de alterar nuestro estado de ánimo.

¿Qué nos aporta un grito o un insulto?
Nos aporta una oportunidad de aprender a controlarnos, a madurar y a crecer como personas.
Sé que los problemas que vamos acumulando no ayudan a que "veamos" lo que hay oculto tras esa soberbia, y por tanto, se corre el riego de entrar en la típica y milenaria "lucha de egos". Entonces es cuando creemos que esa persona no nos aporta nada, y así no acabaremos de salir del ciclo que nos impide crecer como personas, ya que cuando entramos en ese juego, difícilmente lograremos aprender... y lo que es peor!!: Aunque te alejes de esa persona que te altera, más pronto que tarde aparecerá otra que también te alterará. Y así se repetirá una y otra vez el ciclo, hasta que aprovechemos la oportunidad de aprender para lograr salir de dicho ciclo repetitivo.

Lo que he ido aprendiendo, lo he estado publicando desde hace cuatro años en entradas anteriores.
Espero seguir asimilando y aprendiendo, para seguir compartiendo.



30 de julio de 2015

Viaje a Itaca

Ulises, atado al mástil, escucha el canto de las sirenas.
Cuando emprendas tu viaje a Itaca 
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.            
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.

Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.

Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.

Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.

Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya que significan las Itacas.
(C. P. Cavafis. Antología poética. )

Mientras vivimos nos ocurren cosas, interactuamos con otros que en principio nos da la impresión de que nos ayudan, o por contra, nos ponen trabas en nuestro viaje... Cuando en realidad, el mejor y peor amigo puede ser uno mismo. Aunque aún no conseguimos eso que creíamos que iba a suceder (Itaca), la aventura será más enriquecedora si observamos las cosas (circunstancias, emociones, relaciones, etc...) con serenidad. Con esta actitud aprendemos de nosotros mismos, de nuestras experiencias, aprendemos a tomar decisiones respecto a nuestra vida de las que no nos arrepentiremos... Y hasta es posible, mientras viajamos hacia nuestra "isla", que nos demos cuenta de cosas que antes se nos pasaban por alto.

P.D. Mucho se puede sacar de este sabio poema... Espero que lo leáis con mucha serenidad y saquéis mucho de él ;)

21 de junio de 2015

La ambición

Las personas que normalmente son etiquetadas como idealistas y soñadoras, esas que no encajan en ciertos sistemas establecidos y por tanto, les gustaría que cambiase o que al menos fuera más armónico. Son personas que están a salvo de muchas ambiciones.

La definición de ambición tal y como aparece en la RAE: Deseo ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama. Os sonará a que está muy establecido en el sistema de nuestra vida cotidiana...
Y precisamente las personas que tienen ese deseo ardiente son las que tachan de idealistas, soñadoras, e incluso de utópicas, a las que "huyen" de esa manía de acumular.

Creo que ser ambicioso no tiene por que ser negativo para uno mismo, pero si se corre el riesgo de que se "acople" el egoísmo... ese que hace que no miremos más allá de nuestro ombligo y que para alcanzar nuestros objetivos, necesitemos someter a algún que otro semejante.
Los que están a salvo de muchas ambiciones se encuentran más cerca del verdadero bienestar, ya que les basta con contemplar un amanecer, o disfrutar observando la lenta caída de las hojas de los árboles, para simple y llanamente, emocionarse.



20 de junio de 2015

Algo que celebrar. Entrevista a Lola Mayenco

Todos sabemos que uno de los secretos de la felicidad es detenernos a apreciar las grandes y pequeñas maravillas de la vida cotidiana. Sin embargo, es difícil mirar nuestro día a día con ojos maravillados.
La rutina nos invade en cuanto nos despistamos y nuestros gestos se vuelven automáticos.
En la siguiente entrevista realizada y publicada en elcorreodelsol.com a Lola  Mayenco autora del libro "algo que celebrar", nos cuenta los "secretos" que ella a aprendido y recuperado de distintas culturas y tradiciones.
Un poco larga, pero merece la pena leerla ;)

Llevas muchos años trabajando en las bambalinas del mundo editorial, pero Algo que celebrar es tu primer libro como autora. ¿Qué te ha llevado a escribirlo? 

Mi viaje literario parte de una viaje físico que inicié hace ahora diez años. Por aquel entonces me hice una pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez: ¿qué puedo hacer para disfrutar más de la vida? Y la primera respuesta que me vino a la mente fue que debía hacer más cosas extraordinarias, de modo que lo dejé todo y me planté con mi marido en Buenos Aires. Allí conseguimos un velero muy pequeño que preparamos a conciencia para poder vivir y viajar en él durante todo un año. Queríamos recorrer tranquilamente la costa brasileña, porque sabíamos que, si lo haciamos, teníamos muchas posibilidades de vivir momentos fantásticos.

¿Y así fue? 

Efectivamente. En la bahía de Ilha Grande pesqué atunes gigantes... y deliciosos, vi bailar a los delfines en el archipiélago de Fernando de Noronha y en las islas de Abrolhos escuché por primera vez el canto de las ballenas. Y en un punto aún más remoto, a dos días de navegación de Natal, visité el paraíso: el Atol das Rocas, el único atolón del Atlántico y un auténtico paraíso. Un islote completamente virgen en el que únicamente se puede desembarcar con un permiso especial, porque es reserva de la biosfera, y en el que, desde hace años, sólo vive una bióloga tan celosa de su preservación que, cuando come atún, es de lata. Y lava los platos con arena para no contaminar con jabón ni una gota de agua.

Sin embargo, en la introducción de Algo que celebrar cuentas que una noche en que estabas tumbada en cubierta mirando las estrellas te inundó una sensación extraña.

Sí. Mientras navegábamos cerca de la desembocadura del Amazonas empecé a sentir unas punzadas de tristeza que me desconcertaron porque era  una noche especialmente bella. El cielo estaba totalmente despejado y la luna, llena, iluminaba tanto el mar que parecía de día. La brisa era suave, pero aún así el barco avanzaba, dejando tras de sí una estela de resplandecientes noctilucas. Lo que estaba viviendo no podía ser más mágico, pero entonces, ¿qué me pasaba? ¿por qué me sentía tan triste? En ese instante entendí que por mucho que mi vida estuviera repleta de placeres inmensos, estos perdían intensidad si no podía compartirlos, y yo ya llevaba algún tiempo añorando a mi familia y a mis amigos. Pero también me di cuenta de algo que me dejó asombraba:  echaba muchísimo de menos pequeñas cosas  de mi anterior día a día que siempre había dado por supuestas antes de marcharme a hacer realidad mi soñado año sabático.

¿Cómo qué, por ejemplo?

Pues detalles aparentemente insignificantes, como despertarme cada mañana con los cánticos de los pajaritos, preparme una infusión en mi taza preferida, hornear un bizcocho en mi cocina, desayunar con mis amigas o charlar una hora por teléfono con mi tía. La tristeza que me asaltó en esos momentos me ayudó a entender que, para alcanzar la felicidad, no hace falta marcharse al otro lado del mundo ni hacer nada fuera de lo común. Al contrario: a menudo la felicidad se encuentra en los placeres más minúsculos, las actividades más comunes, los gestos más ordinarios. Esa noche entendí que debía dejar de buscar la felicidad en lo extraordinario, y aprender a mirar con ojos maravillados los detalles que enriquecen nuestra existencia a diario.

Mirar nuestro día a día “con ojos maravillados” es fácil de decir, pero difícil de hacer. Todos sabemos que la rutina hace estragos y que muchas de nuestras acciones son automáticas. ¿Cómo consigues tú que no se te escape la belleza en lo cotidiano?

Mi antídoto contra la ceguera es recuperar el arte de celebrar, una estrategia que los seres humanos siempre hemos utilizado para devolver periódicamente a la vida toda su intensidad y que, sin embargo, en la actualidad muchos vivimos en su versión más repetitiva y superficial. Lo cual me parece que es una lástima, ya que las fiestas y los rituales logran que incluyamos en nuestra ocupadísima agenda momentos para disfrutar de placeres que el resto del tiempo damos por sentado e impiden que cantidad de prodigios se nos escurran como arena entre los dedos.

¿En qué consiste ese “arte de celebrar”? Porque me imagino que no te refieres a organizar grandes banquetes, comprar ropa nueva y entregar regalos caros.

No, eso es importante aclararlo. Desde mi punto de vista, el arte de celebrar y el arte de apreciar es lo mismo y, de hecho, celebrar y apreciar son dos palabras que utilizo como sinónimas a lo largo de todo el libro. Para mí, celebrar es prestar atención a alguien o a algo; es dejar de caminar por la calle como sonámbulos o, peor aún, como zombies, y tratar de percibir las pequeñas cosas que nos rodean y que, en el fondo, son tan grandes. Cuando lo hacemos, cuando nos decidimos a abrir los ojos y a ir por la vida con los ojos bien abiertos, nos damos cuenta de que estamos rodeados de milagros increíbles que no habíamos percibido hasta el momento.

¿Quiénes son tus maestros a la hora de prestar atención?

Primero los niños, por supuesto. Cuando salgo a la calle a hacer cualquier cosa con mis hijos me doy cuenta de hasta qué punto los niños prestan atención a las maravillas que nos rodean. Todo lo ven, todo lo disfrutan: por muy pequeño que sea. Mi hijo de cuatro años, por ejemplo, ahora mismo está totalmente fascinado por las piedras y siempre vuelve a casa con los bolsillos llenos de ellas, las coloca en una estantería junto al resto de su colección y sólo entonces me las enseña. Mi hijo mayor, sin embargo, parece que tenga un detector de plantas y animales, ya que encuentra insectos y flores donde yo sólo veo cemento.

Pero los animales también me sorprenden con su capacidad de estar alerta y disfrutar de lo más mínimo. “Manchitas”, por ejemplo, es un perro callejero que cuida mi madre y es increíble lo que agradece los gestos de cariño más insignificantes. Y la gata de unos amigos tiene un oído tan fino que se despierta cuando alguien llega a casa aunque esté profundamente dormida y se acerca a la cocina en cuanto su dueña abre la puerta del armario en el que guarda su paquete de comida.

En el libro también parece que te inspiren mucho los científicos.

Es cierto. Mis terceros maestros en el arte de prestar atención son los científicos, ya que parecen no haber perdido la curiosidad y la capacidad para percibir los detalles de las cosas que todos hemos tenido de niños. Bernie Krause, por ejemplo, es un naturalista estadounidense que ha dedicado cincuenta años de su vida a pasear por espacios naturales de todo el mundo para grabar toda la gama de sonidos que emiten los animales, y Charles Darwin me fascina por su poder de observación, que fue aplicando a lo largo de su vida a elementos naturales tan distintos como los escarabajos, los minerales o las orquídeas. De hecho, me parece muy inspirador que el último trabajo que publicó reuniese sus conclusiones acerca de las lombrices, uno de los animales preferidos del científico por su papel esencial para la salud de los suelos. Cuando me imagino a Darwin ya anciano cavando en su jardín y observando los hábitos de las lombrices arrodillado en el barro, me doy cuenta de que a las personas curiosas no les afectan los años.

¿Y qué me dices de los artistas? Está claro que ellos también ven cosas que la mayoría de nosotros no vemos.

Efectivamente, los artistas tienen una habilidad especial a la hora de maravillarse ante lo cotidiano y vivir con todos los sentidos bien alerta;  por ese motivo,  en Algo que celebrar hablo mucho de algunos de ellos. De Andy Goldsworthy me inspira su interés por prestar atención al paso del tiempo y por su forma de hacerlo visible, por ejemplo, construyendo esculturas de piedras a la orilla del mar para que desaparecen y aparezcan según el ir y venir de las mareas. Otra de las personas que me fascinan es Georgia O’Keeffe, una pintora que con sus cuadros de flores gigantescas logró que el resto del mundo nos parásemos a admirar de verdad la belleza de algo tan bonito para ella. O Pina Bausch, la legendaria coreógrafa alemana que nos recordó el profundo gozo de mover libremente el cuerpo.

¿Crees entonces que saber mirar es una cualidad innata o una habilidad que podemos cultivar? 

Las dos cosas. Creo que de niños tenemos la sensibilidad muy desarrollada y disfrutamos muchísimo observándolo todo, escuchando, tocando, oliendo, moviéndonos. Desgraciadamente, poco a poco, a medida que vamos conociendo mejor el mundo, solemos acostumbrarnos a él y lo dejamos no sólo de mirar, sino de admirar, algo que nos puede acarrear mucha infelicidad. Por suerte, prestar atención, apreciar, es una capacidad que se puede recuperar, y por eso, precisamente, he escrito Algo que celebrar: para llamar la atención sobre cantidad de aspectos fundamentales de la vida que muchos de nosotros ya no percibimos y que, sin embargo, son esenciales para que disfrutemos del camino.

¿Ves algún peligro o dificultad a la hora descuidar nuestra capacidad de apreciar?

Sí, las nuevas tecnologías, por supuesto. Tanto en casa como fuera de casa, tener la mirada clavada en las pantallas todo el rato hace que no podamos prestar atención a nada más y nos perdamos buena parte de las maravillas que nos rodean. Por eso me parece fundamental reservarnos momentos durante el día para desconectarnos del mundo digital y conectarnos de verdad con el mundo real. O hacer como los judíos y dedicar un día a la semana para centrarnos en cuidar nuestra necesidad de vivir plenamente y sin distracciones el presente.

¿Puedes poner un ejemplo sobre cómo las fiestas tradicionales logran colar en nuestra agenda la necesidad de prestar atención a algún aspecto fundamental de la vida que, sin esa fiesta, correría el riesgo de que se nos pasara por alto? 

No hace falta ir muy lejos, lo hemos vivido hace unos días. Como todos sabemos, en algún momento entre el 6 de diciembre y el 6 de enero, muchos niños del mundo reciben la visita de un ser misterioso que les entrega algún que otro regalo, da igual que se llamen San Nicolás, Papá Noel, Santa Claus, la Bruja Befana o nuestros famosos Reyes Magos. Pero, si nos fijamos bien, nos daremos cuenta de que estos personajes no sólo traen detalles empaquetados: su visita anual nos recuerda que la generosidad existe, que podemos estar seguros de algo, y que somos amados. Y es que, pase lo que pase, nunca faltan; por pobres que estén, siempre encuentran algo que darnos; y nos demuestran su amor, aunque no los veamos. A un nivel más personal, me encanta que estos seres nos den la oportunidad de explorar los mundos de fantasía que todos tenemos en nuestro interior, más o menos olvidados. Puntualmente, durante unos días, grandes y pequeños dejamos de lado la lógica y la razón, y permitimos que nuestra mente recorra los caminos infinitos de la imaginación. Gracias a ellos, todo es posible, todo es mágico. Y es que lo importante no son los regalos, sino la historia con que los embalamos.

Muchas celebraciones tradicionales vienen marcadas por los calendarios religiosos, ¿se pueden disfrutar igualmente aunque no se posea un sentimiento religioso?

Desde luego. A lo largo de todo el proceso de escritura de este libro, me impresionó mucho darme cuenta de hasta qué punto, en todo el mundo, los aspectos que celebran tanto las comunidades como los individuos son, fundamentalmente, los mismos: cambian las formas, pero todos compartimos los mismos motivos a la hora de apreciar y agradecer el regalo de estar vivos. Por eso me parece que percibir la belleza y la sabiduría de las tradiciones espirituales nos puede enriquecer siempre. Aunque no seamos creyentes, podemos encontrar en diferentes rituales religiosos la inspiración que necesitamos a la hora de crear prácticas y rituales para prestar atención acordes con nuestros propios pensamientos y valores.

¿En qué celebraciones encuentras una relación con el cuidado de la salud? ¿Qué fiestas y rituales practicas para cuidarte, si es el caso?

En la mayoría de las culturas del mundo, disfrutar de un cuerpo sano es una bendición, pero no un milagro, y, por eso, se promueve su cuidado mediante pequeños rituales diarios, y no en grandes eventos extraordinarios. Es lo que ocurre en los países musulmanes, donde se cree que exfoliarse y bañarse en el hamam es imprescindible para mantener la pureza física y espiritual. También en la India, donde los masajes aromatizados con esencias de hierbas son empleados habitualmente para estimular la fortaleza vital. O en China, donde millones de personas se dirigen a las plazas para activar el cuerpo en su clase de tai-chi en cuanto el sol despunta por la mañana.

La alimentación y el ayuno son otras estrategias para cuidar la salud que se emplean tradicionalmente, ya que son muchos los pueblos que prestan atención a lo que comen, y a lo que no comen, de forma cotidiana. Aunque mi favorita, no obstante, es dormir. Todos sabemos lo importante que es descansar bien para gozar de una buena salud física y emocional, además de sus efectos en temas de rendimiento intelectual. Por eso, cada noche, me preparo para ir a dormir disminuyendo las luces de la casa y realizando actividades que me tranquilizan, como leer, escuchar música o dar un paseo.

¿Qué próxima celebración vas a vivir con intensidad?

Una de mis favoritas está al caer, así que podemos hablar de ella. Como todos sabemos, cada año, el día de San Valentín es celebrado internacionalmente como una fiesta en la que se conmemora el amor de pareja. Sin embargo, en algunos lugares del planeta, el 14 de febrero permite ir más allá del amor romántico. Así es en Estonia, donde la fiesta de Sõbrapäev se vive como una oportunidad para homenajear a los amigos, y en algunos países de Sudamérica, donde el Día del Amor y la Amistad se centra en fortalecer los vínculos con todas las personas que nos enriquecen la vida, desde los padres hasta los vecinos.

Pero es en Finlandia donde la fiesta de San Valentín sirve para celebrar el amor en un sentido más amplio, puesto que también permite cultivar el afecto hacia los desconocidos. Allí, la celebración se llama Ystävänpäivä y se vive como una oportunidad para reflexionar sobre la importancia de cuidar las relaciones personales y demostrar afecto a quienes más lo necesitan. En un país en el que la soledad es un problema grave que afecta a personas de todas las edades y de contextos económicos y culturales muy variados, la Cruz Roja y otras organizaciones aprovechan Ystävänpäivä para recordar a los finlandeses que cada vez más gente no tiene a nadie a quien amar. Y es impresionante la cantidad de personas que se dan cuenta ese día de la satisfacción inmensa que supone  ayudar al prójimo y acaban comprometiéndose con un proyecto solidario a largo plazo.

Tu vida cotidiana, por lo que escribes en tu blog y en tu libro, parece ser perfecta, ¿dónde están los platos sucios?

Por todos sitios, sólo que he decidido mirar durante más tiempo a los que están limpios. Lo he aprendido de mi padre, un optimista radical donde los haya, pero también de gente como Bill Cunningham, el mítico fotógrafo de moda del New York Times que sigue, a día de hoy y con 84 años, todavía en activo. Bill Cunningham cree que «quien busca la belleza la encuentra» y yo estoy completamente de acuerdo. Por eso trato de no focalizarme demasiado en lo que es feo, malo o sucio: prefiero prestar atención a lo que es bonito.

Una curiosidad más: me ha llamado mucho la atención que hables tanto de pájaros en tu libro. Aparecen incluso en la portada. ¿Por qué es eso?

Cuando estaba investigando sobre los aspectos concretos de la vida que hacen más felices a las personas, me sorprendió descubrir que los cánticos de los pájaros están en los puestos más altos de las listas que hacen los científicos de todo el mundo. Comprendí que el amor por los pájaros une a las personas más allá de sus diferencias  y ponerlos en la portada me pareció una bonita manera de recordar la idea central del libro: la felicidad está en saber apreciar la grandeza de las cosas más pequeñas.